Leonarda Cianciulli: La mujer que asesinó a sus amigas para convertirlas en jabón

Terminaron en la olla, al igual que las otras dos. Su carne era muy blanca y cuando se derritió, agregué un frasco de colonia y después de mucho tiempo hirviendo, pude hacer un jabón cremoso bastante aceptable. Lo regalé a los vecinos y conocidos. Los pastelillos también eran mucho mejores: la mujer era realmente dulce.

Con estas palabras, Leonarda Cianciulli confesó sin vacilar y sin ningún rastro de arrepentimiento uno de sus crímenes.

HIJA NO DESEADA

Leonarda Cianciulli nació en Montella, en la provincia de Avellino, Italia, el 14 de noviembre de 1893. Su madre, mamma Emilia, la despreciaba porque fue producto de una violación. Creció desnutrida, epiléptica y enfermiza; cada vez que le decía a su progenitora que tenía hambre, recibía golpes.

Su padrastro, el único miembro de la familia que la trataba bien, murió prematuramente mientras comía una sopa de pescado a la que Mamma Emilia habría añadido cianuro. Emilia se casó de inmediato con otro hombre, con quien tuvo tres hijos más, quienes desde pequeños aprendieron a maltratar a Leonarda, impulsados por su madre y respaldados por el silencio de la pareja. No es sorprendente que Leonarda intentara suicidarse dos veces, sin éxito. La primera vez, la cuerda resultó ser demasiado larga y la segunda vez se rompió. Mamma Emilia le dijo:

“Leonarda, te suplico que no me hagas pasar más penas: o te suicidas de una vez o mejor deja de intentarlo.”

Leonarda se resignó y procuró ignorar los malos tratos. Desde muy joven buscó consuelo acostándose con varios hombres a la vez, pero eso tampoco le trajo la satisfacción deseada.

LA MALDICIÓN DE MAMMA EMILIA

Durante su adolescencia, Leonarda se dedicó a robar y a prostituirse sin mucho éxito. Hasta que conoció a Raffaele Pansardi, un empleado de correos miope y aficionado a coleccionar chatarra. Se casaron en 1914, a pesar de que la madre de Leonarda ya la había prometido en matrimonio a un granjero adinerado de 60 años. Leonarda mostró tal coraje que maldijo a su madre deseándole una vida miserable y sin hijos. A partir de ese momento, Leonarda cortó todo contacto con su familia. La pareja se mudó a un pequeño pueblo llamado Lariano en Alta Irpinia en 1921, donde Cianciulli fue condenada por fraude y encarcelada en 1927. Una vez libre, la pareja se mudó a Lacedonia, pero su casa fue destruida por un terremoto en 1930, y tuvieron que mudarse nuevamente con las pocas pertenencias que pudieron rescatar. Se instalaron en Corregio, en la provincia de Reggio Emilia, donde Leonarda abrió una tienda y se ganó la confianza de los vecinos como una persona amable, una madre cariñosa y una vecina ejemplar. Con el tiempo, se convirtió en una adivina muy solicitada, una casamentera consumada y una curandera.

Allí, Leonarda tuvo diecisiete embarazos. Perdió a tres de sus hijos antes de que nacieran, y diez hijos más murieron durante su infancia. Solo le sobrevivieron cuatro, a quienes sobreprotegía. Estaba convencida de que la maldición de su madre no tendría fin y le echaba la culpa de todas sus desgracias. Leonarda declaró que durante el tiempo en que perdió a un hijo tras otro, si se hubiera encontrado con Dios, le habría dado una patada en los testículos. Su esposo se refugió en el alcohol y la pareja se distanció. En una ocasión, Leonarda fue a que le leyeran la mano y la gitana le dijo:

Veo la cárcel en tu mano derecha y en la izquierda veo un manicomio.

El matrimonio entró en crisis y se separó, pero siempre mantuvieron una buena relación. Su familia, compuesta por cuatro niños, era respetada y querida en la comunidad. Leonarda organizaba tardes de café y pasteles. Invitaba a sus vecinas, aprovechaba para leerles la suerte y enterarse de sus anhelos y frustraciones. También les vendía pócimas que ella misma preparaba para rejuvenecer.

Leonarda era una ferviente fascista y se unió al partido Esotérico Metodista Nazi. Aprendió el Necronomicón, La llave de Salomón, El gran Grimorio y Mi lucha. Además, se convirtió en una autodidacta de las ciencias ocultas. Aprendió cómo manipular a las personas con sus propios miedos y frustraciones.

SACRIFICIOS

En 1939, se enteró de que su hijo mayor, Giuseppe, había sido requerido para alistarse en el ejército, justo cuando la Segunda Guerra Mundial estaba a punto de comenzar. Giuseppe era su hijo favorito y eso le rompió el corazón. Influenciada por la maldición de su madre y por la declaración de la gitana, las noches se volvieron tormentosas. Dormía mal y tenía pesadillas. Hasta que una noche, la Virgen se le apareció, al menos así es como ella lo contó en el juicio, y le dijo:

Ofrece una vida por una vida. Para salvar a tu hijo de la muerte, debes hacer sacrificios y seguir haciendo donaciones a la iglesia.

FAUSTINA SETTI

La primera víctima era una solterona de casi setenta años llamada Faustina, quien acudió a Cianciulli en busca de ayuda para encontrar un esposo. Leonarda le dijo que podría encontrarlo en Pola, una ciudad lejana, pero que no se lo dijera a nadie, para evitar que la envidia y las maldiciones arruinaran su felicidad. La persuadió para que escribiera cartas y postales a amigos y familiares, para enviarlas una vez que ella se hubiera ido, solo para decirles que todo estaba bien y que habría encontrado el amor en esa tierra. Leonarda tuvo que escribir esas cartas, ya que Rabitti, como cariñosamente llamaban a Faustina, apenas sabía escribir su nombre. También la convenció para que le dejara sus propiedades con la promesa de vender todo y luego enviarle el dinero.

El día de su partida, Rabitti visitó a Cianciulli por última vez. Esta vez, Leonarda le ofreció un vaso de vino con droga para dormir, luego la mató con un hacha y escondió el cuerpo en un armario. En su confesión, Cianciulli dijo: “La corté en nueve pedazos, puse las piezas en una olla, le agregué siete kilos de sosa cáustica para hacer jabón y mezclé todo hasta que las piezas se disolvieron y se convirtieron en una pasta espesa y oscura. Pero no sirvió para hacer un jabón de buena calidad, así que lo puse en varias cubetas y lo vacié en una fosa séptica. Esperé a que la sangre se coagulara, la sequé en el horno, la molí y la mezclé con harina, azúcar, chocolate, leche y huevos, así como con un poco de margarina; mezclé todos los ingredientes. Hice pasteles y los serví a las mujeres que me visitaban, incluso Giuseppe y yo los comimos”.

Además, Cianciulli recibió los ahorros de toda la vida de Setti: 30 mil liras.

Nadie sospechó de Leonarda y nadie buscó a la mujer. Todo podría haber terminado allí, pero por alguna razón, quizás pensó que debía sacrificar a una persona por cada uno de sus hijos, o tal vez le tomó gusto a lo que había hecho o simplemente pensó que hacer más jabón y galletas sería bueno. El caso es que consideró quién podría ser su próxima víctima. No fue difícil, en aquellos tiempos todos querían irse y buscar una vida mejor en otro lugar, la crisis empeoraba y no parecía que el pueblo fuera a prosperar nunca. Así que eligió a otra de sus amigas, quien la visitaba con frecuencia para contarle sus penas y leerle su suerte.

FRANCESCA SOAVI

Leonarda le aseguró a Francesca Soavi, una profesora desempleada, que le había encontrado trabajo en un internado para niñas en Piacenza. Repitió exactamente las mismas acciones para que Francesca no dijera nada, escribiera cartas y le dejara sus propiedades. El 5 de septiembre de 1940, Francesca visitó a su amiga Leonarda por última vez. Esta vez, Leonarda logró hacer un jabón más aceptable que regaló entre sus conocidos. También cocinó galletas y pasteles que ofreció a sus invitados. Además, obtuvo tres mil liras de su segunda víctima.

VIRGINIA CACIOPPO

La última víctima era una soprano que había cantado en La Scala, en Milán, pero que ya estaba retirada y acababa de enviudar, por lo que necesitaba trabajo con urgencia y, si era posible, un cambio de aires. Cianciulli le aseguró que le había encontrado trabajo como secretaria de un empresario misterioso en Florencia. Al igual que con las mujeres anteriores, Virginia escribió cartas y postales, y preparó su equipaje en secreto. El 30 de septiembre de 1940, visitó a Cianciulli. El patrón fue exactamente el mismo. Pero esta vez, Leonarda obtuvo 50 mil liras, varias joyas e incluso aseguró que tanto el jabón como los pasteles eran de mejor calidad.

EL DESCUBRIMIENTO

Los jabones fueron vendidos y regalados a varias personas, incluida la señorita Rottenmaier, cuñada de Virginia, quien encontró dos globos oculares en uno de los jabones. Al principio, no fue capaz de relacionar este macabro hallazgo con la partida de Virginia, pero luego recordó que Rabitti, la primera víctima, también había enviado cartas, cuando todos sabían que la señora apenas sabía leer y escribir. Entonces acudió a la policía.

Leonarda fue detenida y confesó de inmediato sus crímenes.

LA CONDENA

Durante el juicio, Leonarda Cianciulli narró con lujo de detalles y sangre fría sus crímenes. Ni siquiera mostró arrepentimiento por haber asesinado a sus amigas, mujeres que la apreciaban y confiaban en ella. Al principio, sus vecinos no le creyeron, incluso uno de ellos expresó dudas sobre el caso durante el interrogatorio. Ante esto, Cianciulli le dijo: “Si me levanto la falda, te seco por completo y ya verás”.

A medida que avanzaba el juicio, Cianciulli se volvía más desvergonzada. Interrumpía, hacía chistes y comentarios obscenos. Se mostraba orgullosa y muy cómoda siendo el centro de atención. Un médico forense afirmó que era imposible deshacerse de un cuerpo con sosa cáustica; Leonarda, indignada, gritó: “Que alguien en este tribunal me dé un cadáver de cualquier edad y lo demostraré”. Estaba tan satisfecha que incluso escribió un informe de más de 750 páginas en el que narró con lujo de detalles su vida. Confesó que era una devoradora de hombres y que incluso había tenido relaciones sexuales con mujeres. Nadie se atrevió a cuestionar a esta mujer fea, con el rostro lleno de cicatrices de acné y unos profundos ojos fríos. En su informe, también incluyó una amplia receta de dulces, pasteles y galletas; que, por cierto, hoy en día todavía utiliza la presentadora Anna Moroni para su programa gastronómico en la televisión italiana.

El tribunal la encontró culpable y la condenó a treinta años en un manicomio para mujeres criminales en Pozzuoli. En 1970, Cianciulli sufrió un derrame cerebral del cual nunca se recuperó y el 15 de octubre del mismo año murió por envenenamiento de vapores de sosa cáustica. Su hermana, quien la cuidaba, dijo que Cianciulli tenía una gran habilidad para preparar dulces, pero que los carceleros jamás se atrevieron a probarlos. En cambio, la hermana afirmaba que estaban deliciosos.

Varios artefactos que utilizó para matar a sus víctimas están en exhibición en el Museo de Criminología en Roma.

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